Conexión con la naturaleza para un equilibrio emocional
¿Recordáis la famosa frase de “El Rey León” que dice: “Todo lo que ves coexiste en un delicado equilibrio. Como rey tendrás que entender eso y respetar a todas las criaturas, desde la pequeña hormiga hasta los antílopes”? Ya en ella encontramos recogido el principio del que vamos a hablar hoy en este blog, la necesaria conexión con la naturaleza para un equilibrio emocional.
Nosotros, los seres humanos, aun siendo los reyes, somos también un ser vivo más en este delicado planeta y debemos mantener en equilibrio nuestros diferentes estados: cognitivo, emocional y social, para poder así estar mejor, tanto física, como mental y espiritualmente.
Por tanto, voy a intentar, en primer lugar, poner en conocimiento algunos puntos previos a tener en cuenta, para dar sentido a este equilibrio de estados.
El cerebro, líder de un equipo de trabajo
Lo primero que tenemos que tener en cuenta a la hora de hablar de la conexión con la naturaleza para un equilibrio emocional, es que los seres humanos somos un organismo simple y a la vez muy complejo, cuya supervivencia se basa en la interpretación y respuesta que hacemos del mundo que nos rodea. Y que, para poder hacer llegar información del mundo externo a nuestro mundo interno, utilizamos los sentidos, que son estimulados para hacer llegar todo lo que sucede a nuestro alrededor, a nuestro órgano ejecutor de acciones, el cerebro.
Toda la información que recibimos, es seleccionada y genera respuestas, emociones o sentimientos de las que más adelante hablaremos.
A mi hija de 7 años o a algunos niños y no tan niños con los que coincido en las rutas especiales familias, que Arawak Viajes realiza todos los primeros sábados de cada mes, les suelo contar que, quien hace que hagamos lo que hacemos es nuestro cerebro y que podríamos pensar que él es el que manda órdenes para que nuestro cuerpo obedezca; pero, en realidad, no es cuestión de mandar y obedecer, sino de un trabajo en equipo. Nuestro cerebro necesita de otros para recibir información y así poder dar respuesta a lo que suceda a su alrededor. A esa transmisión de información hacia el cerebro lo llamamos, estímulo.
Sin embargo, nuestro cerebro tiene un problema: tiene miedo. Y lo tiene porque es muy frágil, porque siempre ha vivido amenazado por muchísimos peligros y porque, además de cazador, también él era cazado.
La evolución, el paso del tiempo y la necesidad de querer descubrir lo que hay fuera de la cueva en la que se encuentra, le ha permitido a nuestro cerebro aliarse con otros órganos y sentidos, que son los que pueden, a su manera, descifrar lo que a su alrededor existe y actuar en consecuencia.
Por ejemplo, el cerebro se alimenta sólo de glucosa, algo parecido al azúcar, por lo que tiene la necesidad de contar con los demás para, en este caso, alimentarse. Otro ejemplo sería el de nuestros ojos, o más bien las células que en ellos se encuentran y que son los que crean imágenes y se las transmiten a nuestro cerebro. Lo mismo que pasa con las células de nuestra nariz, las cuales perciben olores, o las de nuestros oídos, que perciben los sonidos. Esta percepción y primera interpretación del mundo sucede en cada uno de nuestros sentidos y lo que nuestro cerebro descubre, sabe y conoce del exterior es el resultado de un trabajo en equipo, es decir, son otros, los órganos y los sentidos, los que se encargan de alimentar, transformar e informar a nuestro cerebro.
En definitiva, el cerebro vive en una cueva donde no ve, no oye, no puede oler, ni tocar, ni comer, lo que fuera de ella hay y necesita, por tanto, de la ayuda de otros para sobrevivir. Pero estos otros, no saben tomar decisiones, no saben pensar, por lo que necesitan, también para sobrevivir, del cerebro para que tome por ellos las decisiones correctas.
Es decir, nuestro cuerpo es toda una empresa de órganos y sentidos que trabajan en equipo y en la que cada uno de ellos cumple una función vital, en la cual, los unos dependen de los otros.
La emoción de vivir la naturaleza
Y así llegamos al segundo punto a tener en cuenta para comprender la importancia de la conexión con la naturaleza para un equilibrio emocional. Habiendo comenzado hablando de nuestro cerebro y la importancia de los órganos y sentidos, cabría destacar que, desde la educación primaria y hasta la edad de adultos, nos han hablado de un número determinado de sentidos. A todas las personas a las que preguntemos ¿de cuántos hablamos?, responderán de forma automática, que de cinco; oído, gusto, tacto, olfato y vista. Pero dicha respuesta, queda muy lejos de la realidad y es simplista, pues disponemos de una compleja estructura sensitiva que va más allá de los cinco sentidos.
Hablamos, por ejemplo, de sentidos como el que hace que sepamos, aun cerrando los ojos, en qué posición y lugar está nuestro cuerpo y las partes que la constituyen, es el llamado sentido de la “propiocepción”. Pero aún hay más, el sentido de la “nocicepción” (capacidad de sentir dolor), el “kinestésico” (capacidad de sentir y predecir el movimiento), la “interocepción” (percepción interna de nuestro propio cuerpo), la “termorrecepción” o el sentido de la orientación, tan importante para ser guía… y así podríamos seguir largo rato. Yo os invito a navegar en el conocimiento y descubrir realmente, ¿de cuántos sentidos estamos hablando?
Imaginaos entonces, lo importante que es salir de la ciudad, de la rutina, del estrés o vida cotidiana y sumergirse en un entorno natural para que sintamos, con todos nuestros sentidos, lo que la naturaleza tiene para enseñarnos.
Todas estas herramientas sensitivas generan respuestas por nuestra parte ante los estímulos que nos rodean. Son las llamadas emociones, que no es lo mismo que sentimientos.
Las emociones, al igual que hablaba del organismo, son simples y complejas a la vez. Respuestas psicofisiológicas, es decir, mentales y físicas, ante todo lo que nos estimula, no de lo que nos sucede. Apenas somos conscientes de ellas, por lo que podemos estar dos personas viendo un mismo campo de flores y tener emociones distintas, pues lo que nuestros sentidos capten, cifren, envíen a nuestro cerebro, para que éste los descifre e interprete, generará una respuesta física o mental, totalmente diferente en una persona que en otra.
Salir y disfrutar de una ruta de senderismo es poner a prueba a nuestros sentidos, es ofrecerles la oportunidad de sentir aquello a lo que realmente están acostumbrados; olores, imágenes, sensaciones… Porque no nos olvidemos de que nuestro cerebro es idéntico o muy similar al que teníamos hace dos millones de años y lleva conviviendo con la naturaleza mucho más tiempo que lo que lleva viviendo en grandes ciudades con coches. De ahí la necesidad de hablar de “conectar” cuando salimos a la naturaleza, no de “desconectar”.
Esos estímulos presentes en la naturaleza son, valga la redundancia, naturales, mientras que los presentes en ciudades o construcciones realizadas por el ser humano, en esta época moderna, nada tienen que ver con lo natural. Borja Vilaseca, gran comunicador y emprendedor, utiliza en una de sus obras el símil para las ciudades de “costra”, haciendo mención a la herida que supone para el planeta el asfalto, los edificios, el alumbrado… Elementos nada naturales creados para el “bientener” del ser humano, que no para el “bienestar“.
Y es que la desconexión y convivencia en un entorno artificial creado por nosotros mismos para tener comodidades, está generando serios problemas, ya no a nuestra generación, sino en quienes nacen, crecen y conviven desde el minuto cero desconectados de la naturaleza. Una serie de trastorno que pueden dar lugar a problemas de diferente ámbito, como físicos, sociales y cognitivos o mentales.
El Trastorno por Déficit de Naturaleza (TDN)
Siguiendo esta línea de pensamiento, y dando un paso más en este ensayo sobre la conexión con la naturaleza para un equilibrio emocional, no podemos dejar de mencionar a Richard Louv, periodista y escritor estadounidense. Él fue quien acuñó el término Trastorno por Déficit de Naturaleza (TDN) en uno de sus artículos colaborativos para el periódico “The San Diego Union-Tribune“.
Dicha frase, recogida más tarde en su libro, publicado en 2005, “El último niño del bosque” (Last Child in the Woods en inglés), suscitó gran interés en la comunidad científica, haciendo ver que lo que en cierta manera había escrito sin tener una base de investigación seria, no era ninguna tontería y se convirtió en el principio de todo un movimiento de procesos de investigación que, hoy en día, es objeto de estudio en toda una diversidad de disciplinas (educación, pedagogía, psicología, economía, política…).
Pero… ¿qué es el TDN? Ya existen evidencias de que la falta, e incluso ausencia, de tiempo en la naturaleza desencadena una serie de trastornos que, aunque aún no están reconocidos en ningún manual médico (ICD-10 o DSM-5), suscitan gran preocupación en distintos organismos sociales.
Hipertensión, ansiedad, depresión, problemas de visión, diabetes, obesidad, trastorno de hiperactividad y de atención son algunos de los ejemplos de problemas de salud acaecidos por el TDN (trastorno por déficit de naturaleza), es decir, por la ausencia de convivencia en un entorno natural. Pero podemos sumarle problemas con el ámbito del desarrollo o de lo social.
Tecnología VS Naturaleza
El veloz avance de la tecnología, la sobre estimulación que supone el uso de pantallas interactivas, la cantidad ingente de información a la que estamos expuestos, así como de estímulos nuevos para nuestro cerebro, limitan el normal desarrollo de las funciones cognitivas.
Digamos que estamos ante el colapso de nuestro cerebro ante lo que sucede en el exterior y éste, mediante la búsqueda de soluciones, genera respuestas que, lamentablemente, son consideradas “trastornos” que no enfermedades, pues perjudican notablemente nuestra calidad de vida y la manera de sobrevivir a dicho escenario.
En las excursiones muchas veces pongo un claro ejemplo de esto. Comparemos las películas de acción de los años 60 ó 70 con las frenéticas e impactantes películas de acción de ahora. Eso mismo ha pasado en nuestras vidas y no solo en el cine.
Vivimos en un mundo que ha pisado el acelerador revolucionando el motor de la vida y tenemos una herramienta para equilibrar la balanza, caminar en la naturaleza, practicar senderismo bajo estímulos naturales y cuya velocidad puede ser asumida por nuestro cerebro sin causar ningún tipo de trastornos.
Nos bastaría compensar el uso de la tecnología con la práctica en la naturaleza. Aprender a dedicar el mismo tiempo que dedicamos al móvil, que según los últimos estudios rondan las 3-5 horas al día, con respecto a la naturaleza. Porque, como iniciábamos esta entrada, todo es cuestión de equilibrio. Y, como hemos ido apuntado a lo largo de este artículo, la conexión con la naturaleza es fundamental para alcanzar dicho equilibrio emocional.
La tecnología es una herramienta, ni buena ni mala, una maravillosa herramienta que muchos guías y también ya muchos de quienes nos acompañáis, empleamos en la naturaleza, como la geolocalización, que te indica en el momento el lugar en el que te encuentras, mapas digitales y a color a un clic, así como una ingente cantidad de información del lugar al que te diriges o en el que ya estás, en cuestión de segundos. Pero ahí no acaba la cosa, también se cuenta con aplicaciones o “app” que te permiten disponer de rutas ya trazadas para seguir, sin miedo a perderte, herramientas que guardan y vigilan tu salud al caminar, que te indican y aconsejan.
Pero como decía, debemos encontrar el equilibrio, la unión del uso, que no abuso, de la tecnología, con el disfrute de la naturaleza. Porque yo estoy convencido que el futuro pasa por un impresionante desarrollo tecnológico muy útil y necesario para el desarrollo en los diferentes ámbitos de la sociedad, pero sano siempre que se compense con regresar o vincularnos con la naturaleza, con nuestros orígenes como ser vivo.
Para aquellos que aun la escuchamos, existe un programa de radio que nos descubre cada semana experiencias, personajes, obras, alternativas… Presentado por Marcelino Blanes y Ángeles Bandrés, este gran programa lleva por nombre “Sin Atajos” y se emite cada lunes a las 4.00 de la mañana. Y, si no puedes escucharlo a esa hora, la tecnología también nos permite poder descargarnos los “podcast” y escucharlos a placer, en cualquier momento y tiempo.
En ese mismo programa, el pasado lunes 3 de febrero publicaron una entrevista a Juanjo Garbizu, un apasionado de la montaña, que ha publicado y escrito ya varios libros, entre los que se encuentran un par que, como dice él, “mezclan el mundo de la montaña con la realización personal”. Estas obras son “Monterapia”, que ya va por la décima edición, y “Slow mountain”.
Justamente eso es lo que necesitamos: equilibrar el alocado ritmo en el que nos encontramos. Como si nuestro paso por el planeta como especie fuese un viaje en coche hacia un destino de sol o montaña, necesitamos pisar el freno. Necesitamos poner nuestro vehículo a unas revoluciones adecuadas a la marcha, para que el motor no sufra. ¡No podemos seguir queriendo ir a 120 km/h, teniendo el coche en tercera! ¡Es una locura!
No seamos “kamikazes”, tenemos que pensar en los ocupantes, en el copiloto que nos acompaña y los niños o niñas que llevamos en los asientos de atrás. Ellos no tienen opciones, por lo que recae en nosotros la responsabilidad de circular de forma adecuada.
Levantemos el pie del acelerador, cambiemos de marcha y ajustemos la velocidad mientras disfrutamos del paisaje. En nuestro viaje habrá momentos en los que vayamos más rápido porque la carretera y el asfalto nos lo permitan y otros momentos en los que incluso debamos parar, tomarnos un descanso y después continuar.
Esta es la base para crear esa necesaria conexión con la naturaleza para alcanzar el equilibrio emocional.
Blog escrito por Heriberto Herráez. Guía de Arawak Viajes.
Master en Neuropsicología, Inteligencias Múltiples y Mindfulness
Muchas gracias Heriberto por mencionarme en tu artículo, que me ha parecido muy interesante y que comparto al 100%.
Un saludo!
Una de las cosas que mas se echan en falta ahora, es poder hacer las rutas de senderismo con vosotros.
Gracias Heriberto por tu artículo