“Viajando con Arawak desde el sofá”: La Ruta Transpirenaica_Días 6 y 7
Hoy toca caminar en terreno del Pirineo Navarro, así que nos acercamos primero a Roncesvalles, punto de inicio del mítico Camino de Santiago Francés en nuestro país, paso natural que se utilizó desde la prehistoria para acceder a la Península Ibérica. Situado al pie del pico Ibañeta, de 1.066 metros de altura, Roncesvalles fue la puerta de entrada de los celtas, los vándalos, los godos que se establecieron a lo largo de la cuenca del Duero y Carlomagno, que sufrió una contundente emboscada por partidas de nativos vascones. Patrimonio de la Humanidad, aquí nos vamos a encontrar un conjunto formado por varias edificaciones entre los que destacan el Hospital de Peregrinos, fundado por el obispo de Pamplona Sancho Larrosa con la colaboración del rey de Aragón y Pamplona Alfonso I el Batallador. Es originario de 1792, de estilo neoclásico, de tres y cuatro plantas y con una torre defensiva edificada en el siglo XIV en su lado izquierdo, y actualmente es un albergue juvenil. La parte más antigua de este conjunto es la Capilla de Sancti Spiritus, del siglo XII, conocida como Silo de Carlomagno, templo funerario donde se oficiaban misas por los peregrinos fallecidos, de planta cuadrada con arcos de medio punto y bóveda sencilla de crucería simple, con techo piramidal a cuatro aguas. Es aquí donde, según la leyenda, Roldán de Roncesvalles clavó su espada tras la derrota.
La Iglesia de la Real Colegiata de Santa María, el mejor ejemplo navarro del gótico, está compuesta por tres naves de finales del siglo XII, con muchas transformaciones por los diferentes incendios acontecidos. De cabecera pentagonal iluminada por bellos ventanales góticos de vidrieras modernas, el altar mayor del templo está presidido por la imagen de Santa María de Roncesvalles del siglo XIV, una bellísima talla gótica de madera revestida con plata y adornos dorados. Cuenta la leyenda que esta virgen apareció milagrosamente por el anuncio nocturno de un ciervo en cuyas astas brillaban dos luceros.
En la Capilla de San Agustín se encuentra el sepulcro del Rey Sancho VII el Fuerte. En sus vidrieras podemos ver sus épicas batallas y unas mazas y cadenas que forman parte del escudo de Navarra.
Subiremos después al Puerto de Ibañeta, en cuya cima se encuentra la nueva ermita de San Salvador y el monumento a Roldán, un monolito conmemorativo de la batalla de Roncesvalles. Y recorreremos una parte de un precioso bosque de hayas que se encuentra muy cerca del puerto.
Al finalizar esta visita nos dirigiremos hacia el Valle del Roncal. Cruzado por el río Esca, riega a su paso los siete pueblos únicos que componen este valle y cuyos recursos principales son la explotación forestal, la ganadería y el turismo. Nos vamos directamente a Isaba, al pie de la peña de Ardibidiguinea y situado en la ladera de un promontorio en la confluencia de los ríos Uztárroz, Belagua y Belabarce que, a partir de este punto, forman el río Esca. Es un pueblo precioso, con las típicas casas de montaña de empinados tejados a dos y a cuatro aguas, con sus calles empedradas y sus cuidados caseríos apiñados.
En el centro del pueblo, se alza la Iglesia-fortaleza de San Cipriano,del siglo XVI, y cerca la fuente Uturrotx,un buen ejemplo de los escudos nobiliarios que predominan aquí, y donde aparece labrada la historia del valle. También vemos la Ermita de Idoia, a la que accedemos dando un precioso paseo por un bonito sendero desde el mismo pueblo. La Ermita de Idoia es una construcción del siglo XVI que conserva toda su esencia histórica. Dentro de este edificio de una sola nave, nos encontramos un hermoso retablo salomónico en cuya hornacina principal se venera la imagen gótica de Nuestra Señora de Idoia, muy venerada en la localidad y en el Valle.
Nos vamos hacia el Roncal, la capital del valle donde destaca la Iglesia de San Esteban, del siglo XVI y de estilo gótico-renacentista. Veremos el lavadero y el cementerio donde se puede contemplar el Mausoleo de Julian Gayarre, el famoso tenor navarro del siglo XIX, y las maravillosas esculturas de Benlliure (un sarcófago de mármol blanco y bronce decorado en sus frentes por niños cantando libretos de las óperas más célebres interpretadas por Gayarre, una figura femenina con laúd llorando y un ángel que representa la Fama intentando escucharle).
No podemos perdernos probar y comprar un poco del famoso queso del valle, queso hecho con leche cruda de oveja local elaborado artesanalmente, con su propia Denominación de Origen, con un sabor intenso, recio, un poco picante y mantecoso al paladar. ¡Riquísimo!
Y ya con el estómago abierto, nos volvemos a Pamplona para cenar y prepararnos para el último día de este viaje…
Último día de nuestro recorrido en este maravilloso paisaje. Hoy vamos una zona fronteriza de los Pirineos. Vamos primero a acercarnos a la Costa Cantábrica para ascensar a la cumbre del Monte La Rhune, de 905 metros de altura.
Para ello vamos a utilizar un ferrocarril de cremallera que sale del puerto de Saint Ignace, el Petit Train de la Rhune (el pequeño tren de Larrun). En la población de Sara, a unos 10 kilometros de San-Juan-de-Luz, este auténtico tren cremallera de colección que data del año 1924, sube en tan sólo 40 minutos a 905 metros de altura con una velocidad de 9 km/h. La emperatriz Eugenia de Montijo, inició la costumbre de realizar excursiones a esta montaña cuando estaba de vacaciones en Biarritz. Este tipo de tren basa su funcionamiento en el acople mecánico con la vía por medio de un tercer riel dentado o «cremallera», que se usa en zonas donde hay pendiente de más del 8%. El tren, al igual que en 1924, es de vagones de madera (pino de los Pirineos, pino de Las Landas, castaño de Ariège e iroco de África). El mismo recorrido que realiza el tren de cremallera es accesible andando, exitiendo varias rutas por las que ascender hasta la cima.
Durante la ascensión, podemos ver la flora y la fauna específicas de la montaña vasca. Esta zona está poblada de Pottokas, unos robustos ponis vascos que viven en libertad, ovejas manech de robusta cabeza pelirroja y buitres leonados.
Y al llegar arriba, el panorama que podemos observar en un día despejado es espectacular. En 360º vemos los territorios circundantes de Baja Navarra, Navarra y Guipúzcoa, la Costa Vasca a orillas del mar Cantábrico (desde San Sebastián hasta la desembocadura del río Adur), las Landas y el océano Atlántico. Aquí podemos disfrutar de un pequeño respiro porque, además de las vistas, tenemos un bar-restaurante, tienda y baños.
Ahora nos acercaremos a la marinera localidad de Fuenterrabía u Hondarribia, que se encuentra en la desembocadura del río Bidasoa, en la orilla oeste de la Bahía de Chingudi que hace de frontera natural con Hendaya (Francia). Al noroeste nos encontramos con la mole del Monte Jaizquíbel, con una altura media de 400 metros y paralelo al Mar Cantábrico, cuyo pico más alto es el San Enrique, de 547 metros de altura. En el límite oriental del monte y cerca de la población de Fuenterrabía, encontramos el Cabo Higuer, de donde parte la gran playa que llega hasta el mismo pueblo.
En Fuenterrabía destacan dos barrios por los que vamos a pasear. Primero el Casco Viejo, el casco histórico amurallado con numerosos edificios de interés artístico e histórico y declarado Conjunto Monumental debido a sus muy bien conservadas murallas, calles empedradas y bellos edificios con balcones de hierro forjado. Ciudad que lleva el título otorgado por Felipe IV de «Muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel» por su victoria en la Guerra de los Treinta Años, donde consiguieron que los franceses desistieran de su asedio tras 69 días. El fin de este asedio es celebrado cada año por sus habitantes con el Alarde, que es la renovación anual del voto que se hizo a la Virgen de Guadalupe durante el asedio. Los habitantes le juraron a la Vírgen que si intercedía por ellos para que lograran resistir, se lo agradecerían cada año con una procesión a su santuario a las afueras de la ciudad.
En lo alto del Casco Antiguo se encuentra el Castillo de Carlos V, fortaleza de planta rectangular construida en la Edad Media, actual Parador. Se encuentra junto a la Plaza de Armas y la Iglesia parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano, gótica del siglo XV, con añadidos renacentistas y una asombrosa torre barroca.
Ahora vamos hacia el Barrio de la Marina, que es el antiguo barrio de los pescadores situado extramuros y que presenta una arquitectura de carácter popular con casas tradicionales de pescadores de colores vivos y balcones de madera llenos de flores. Aquí será donde podremos tomar los famosos “pintxos” vascos antes de coger de nuevo el autobús para regresar a Madrid.
¡Buen fin de semana y preparad las maletas para el lunes!